4 de julio de 2013

"Los sueños que te tocan", un texto de Eduardo Sacheri



Lo lamento por ustedes señores, pero la vida es así. No todos podemos tener suerte todo el tiempo. Y ahora, nos tocó a nosotros. Paciencia. Que ya la vida girará otra vuelta, y los casilleros quedarán apuntados de distinto modo. Y serán otros los afortunados. Pero la envidia es una cosa fea, que empequeñece el alma y nos quita dignidad. Por eso, por favor, intenten evitar la envidia. Al menos, hagan el intento, señores.

Las oportunidades llegan a veces. Y cuando llegan, hay que aprovecharlas. Hoy están y mañana no. Será por eso que las personas nos desesperamos cuando las vemos despuntar, cerca de nosotros. Porque florecen y se van. No es que desaparezcan de la faz de la tierra. No. Pero se van a la vida de otros. A ofrecerse y a esperar. A ver si las toman o las dejan.

Algunos sostienen que las oportunidades están al alcance de los que merecen tenerlas. Otros dicen que no. Que se trata del azar. Yo no tengo una respuesta. No sé si las oportunidades llegan porque las merecemos o porque, simplemente, alguna vez en la rifa toca que salga el número que tenemos hecho un bollo, en el puño cerrado. En el fondo, y si me apuran, me siento más cerca de estos últimos. De los que suponen que el destino, o el azar (que es el destino pero convertido en caos), es el que nos arroja los sucesos por la cabeza, los buenos y los malos, los dolorosos y los deseados.

Todo este largo antecedente, si me permiten, es una especie de pedido de disculpas. Porque sé que los futboleros de alma, esos que viven y entienden el fútbol como muy adherido a lo más valioso y profundo de sus vidas, están envidiando con toda su alma a los hinchas de Independiente. En el mejor de los casos será una envidia sana, si esa cosa finalmente existe. Pero envidia al fin.

Y corresponde que uno sea humilde. Humilde y ubicado. Y si ahora Dios (suponiendo que Dios se ocupe de esas cosas) nos puso en este sitio, tampoco tenemos que creernos tan especiales, o tan elegidos. Nos tocó, perfecto. Pero ayer les tocó a otros. Y mañana igual. Por lo tanto, agradezcamos ser los elegidos. Pero seamos mansos. Mansos y pacientes. Nada de agrandarnos.

Lo cierto es que este es nuestro momento, y está bien. A disfrutarlo, qué tanto. A encararlo como se merece. En nuestra historia centenaria, sólo los hinchas actuales de Independiente tenemos la chance de enfrentar este momento. Es probable que, dentro de muchos años, los jóvenes nos pregunten si a nosotros nos tocó vivir el descenso del 13. No sé cómo se llamará. Calculo que así: “El descenso del 13”. Aunque las grandes cosas reciben su nombre después de rodar mucho, como las piedras. Así que no sé cómo se va a llamar. Pero se nos quedarán mirando, deseando saber cómo fue, cómo nos sentimos, cómo lo enfrentamos, cómo nos dolió, cómo nos curamos.

Por eso es que somos los elegidos. Todos los demás hinchas del Rojo, desde que Independiente nació, esos hinchas y socios que acompañaron al club durante más de cien años pero partieron antes de junio, no tuvieron la chance de acompañarlo también en su aventura más oscura, la más impensada, y por eso, tal vez, la más gloriosa.

Nos esperan tiempos de aprendizaje. Habrá que aprenderse nuevas formaciones. Nuevas maneras de entrar y salir de canchas que no conocemos. Habrá que hacer memoria de cómo regresar a otras que hace tiempo no visitamos. Habrá que archivar algunos cantitos de cancha. A otros deberemos cambiarles la letra. Y otros, habrá que dejarlos como están.

Habrá que reírse, también. A carcajadas. De nosotros mismos. De todas las chambonadas que nos llevaron a bajar. De la fortuna que dilapidamos, mareados por tanta historia y tanta copa. Pero nada de duelo, señores míos. Que el duelo es para la muerte. Para la última partida. Y aquí nadie se ha muerto, sino todo lo contrario.

Habrá que extrañar los clásicos. Pero los otros equipos grandes tendrán también que adaptarse a que no estemos. Y van a extrañarnos. Sin nosotros, el fixture se quedará rengo. Tal vez se pregunten en qué andamos. Tal vez los más pesimistas de nuestros rivales, hasta se dejen un poco de sitio para el temor. Y harán bien en temer. Porque, tal vez, regresemos renovados. Tal vez regresemos con el empuje aumentado, las energías desbordantes y las victorias maduras. Tal vez, nuestra momentánea lejanía no haga sino dilatar nuestra leyenda. Tal vez, dentro de un tiempo, algunos rivales hasta piensen que hubiese sido mejor que no nos hubiésemos ido, porque ahí, en el fondo del mar, fue donde renacimos a nuestras mejores cualidades y a nuestros tiempos preferidos.

Como esos sordos ruidos que se dejaban oír tras los muros del convento, según la marchita, y preparaban la primera victoria de José de San Martín con sus granaderos a caballo, cuando se disponía a convertirse en libertador de América. Y miren qué casualidad, señores, dónde me lleva esta enumeración de hechos y proyectos. A esas palabras que tanto significan para Independiente.

No nos esperan noches de copas. No en lo inmediato. Tenemos mucho que andar para volver a merecerlas. Pero nos aguardan epopeyas igual de legendarias. No existen sueños chicos y sueños grandes. Me parece a mí que en cada momento hay que soñar los sueños que te tocan.

Ahora, nos vamos. Se agradece la atención dispensada. Pero tenemos que irnos. A rescatar del barro las primeras hilachas de la gloria. A demostrar de qué estamos hechos. A escribir los cimientos de una nueva grandeza.

Y no. Nadie puede venir adonde vamos. Tendrán que quedarse ahí, en la tranquila parsimonia de la Primera División. Sin tener que demostrar nada. Limitándose al manso amor de una normalidad anodina, casi burocrática.

Porque este castigo no es para ustedes. Es para nosotros solos. Solos, ahí, para bancarnos todas las cargadas. Solos, ahí, para darnos un poco la cabeza contra la pared, e insultar un poco al aire, y sostenernos la cabeza con las manos en las sienes, y con los codos en la mesa, y con el cuerpo encorvado, y con la silla crujiendo. Y pasará pronto. Porque al rato habremos visto, como decía el Negro Fontanarrosa, que al final no era para tanto.

Ahí nos vamos. Como el hombre cansado que, después de beberse sus dolores en la barra de un bar de mala muerte, se palpa los bolsillos y paga hasta el último centavo de las copas que se ha tomado. Sin caprichos espurios. Sin histerias trasnochadas. Con la escueta dignidad del que conoce sus errores. Exhibiendo, tal vez, la luminosa belleza del último fracaso. A salvo de todas las caricias del éxito. Sin necesitarlas.

Ahí nos vamos. Con nuestras viejas medallas a cuestas. A recuperar punto por punto lo que es nuestro. A recorrer esos caminos que nos faltaban recorrer. A probar que la grandeza es un gesto, y no una acumulación de pergaminos.

Intenten no envidiarnos, señores. Paciencia. Este lujo es sólo para nosotros. Otra vez, otro año, podrá tocarles. Pero este fracaso es todo nuestro. Nos pertenece y nos enamora sólo a nosotros. Esta es nuestra prueba y nuestro exquisito calvario.

Aquí se quedan los demás, bajo las luces estridentes de Primera. Nosotros nos vamos, a cosechar hazañas al único sitio donde todavía no las habíamos sembrado. Los demás se quedan acá. En el fácil amor de la abundancia. Nosotros, por fin, nos daremos el lujo de bajar al infierno. Ese excéntrico placer que todavía no nos habíamos cobrado.

Gracias a Dios, Independiente nos tenía guardada esta borrasca. Porque nadie va a poder decirnos, ahora, que nos quejamos de llenos. No. Primero, porque no nos quejamos. Y segundo, porque estamos de cualquier manera menos llenos. Al contrario: estamos vacíos de un montón de cosas. Pero sólo por ahora. Porque desde que empecemos a averiguar con quién nos toca la primera fecha, empezaremos a llenarnos el alma otra vez. Desde la primera vez que asomen nuestras camisetas en una cancha repleta de ilusos que cantan porque esa alegría no te la quita nada.

Gracias a Dios, Independiente se fue al descenso. Porque si no se hubiera ido, sus hinchas no tendríamos la oportunidad de seguirlo hasta el infierno. Ni tendríamos la chance de acompañarlo y de defenderlo. Ni la oportunidad de esperar desesperadamente a que empiece agosto, para empezar a volver.

Así que, en serio, por favor, señores, no nos envidien. En una de esas, el fútbol les ofrece esta misma posibilidad, en alguna otra temporada. Habrá que ver. Pero ahora nos toca a nosotros. Ahí nos vamos. Con toda la gloria que ya tenemos, a juntar la gloria que nos falta. Hasta la vuelta.

Eduardo Sacheri

El Grafico.

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