2 de febrero de 2012

Magia




El mago Rizzuto no conocía ningún truco. Su número era bien
sencillo: golpeaba su galera con una varita azul y luego esperaba
que apareciera una paloma.
Naturalmente, la total ausencia de dobles fondos, de mangas
hospitalarias y de juegos de manos conducía siempre al mismo re-
sultado desalentador. La paloma no aparecía.
Rizzuto solía presentarse en teatros humildes y en festivales de
barrio, de donde casi siempre lo echaban a patadas.
La verdad es que el hombre creía en la magia, en la verdadera
magia. Y en cada actuación, en cada golpe de su varita azul esta-
ba la fervorosa esperanza de un milagro. Él no se contentaba con
las técnicas del engaño. Quería que su paloma apareciera redon-
damente.
Durante largo tiempo lo acompañaron la desilusión y los silbi-
dos. Otro cualquiera hubiera abandonado la lucha. Pero Rizzuto
confiaba.
Una noche se presentó en el club Fénix. Otros magos lo habían
precedido. Cuando le llegó el turno, dio su clásico golpe con la
varita azul. Y desde el fondo de la galera salió una paloma, una pa-
loma blanca que voló hacia una ventana y se perdió en la noche.
Apenas si lo aplaudieron.
Las muchedumbres prefieren un arte hecho de trampas apara-
tosas a los milagros puros.
Rizzuto no volvió a los escenarios. Tal vez siga haciendo apare-
cer palomas en forma particular.


Alejandro Dolina.

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