11 de febrero de 2012

Los dos reyes y los dos laberintos




Cuentan los hombres dignos de fe (pero Alá sabe más) que en los primeros días hubo un rey de las islas de Babilonia que congregó a sus arquitectos y magos y les mandó a construir un laberinto tan perplejo y sutil que los varones más prudentes no se aventuraban a entrar, y los que entraban se perdían. Esa obra era un escándalo, porque la confusión y la maravilla son operaciones propias de Dios y no de los hombres. Con el andar del tiempo vino a su corte un rey de los árabes, y el rey de Babilonia (para hacer burla de la simplicidad de su huésped) lo hizo penetrar en el laberinto, donde vagó afrentado y confundido hasta la declinación de la tarde. Entonces imploró socorro divino y dio con la puerta. Sus labios no profirieron queja ninguna, pero le dijo al rey de Babilonia que él en Arabia tenía otro laberinto y que, si Dios era servido, se lo daría a conocer algún día. Luego regresó a Arabia, juntó sus capitanes y sus alcaides y estragó los reinos de Babilonia con tan venturosa fortuna que derribo sus castillos, rompió sus gentes e hizo cautivo al mismo rey. Lo amarró encima de un camello veloz y lo llevó al desierto. Cabalgaron tres días, y le dijo: "Oh, rey del tiempo y substancia y cifra del siglo!, en Babilonia me quisiste perder en un laberinto de bronce con muchas escaleras, puertas y muros; ahora el Poderoso ha tenido a bien que te muestre el mío, donde no hay escaleras que subir, ni puertas que forzar, ni fatigosas galerías que recorrer, ni muros que veden el paso." Luego le desató las ligaduras y lo abandonó en la mitad del desierto, donde murió de hambre y de sed. La gloria sea con aquel que no muere.

Jorge Luis Borges

2 de febrero de 2012

Magia




El mago Rizzuto no conocía ningún truco. Su número era bien
sencillo: golpeaba su galera con una varita azul y luego esperaba
que apareciera una paloma.
Naturalmente, la total ausencia de dobles fondos, de mangas
hospitalarias y de juegos de manos conducía siempre al mismo re-
sultado desalentador. La paloma no aparecía.
Rizzuto solía presentarse en teatros humildes y en festivales de
barrio, de donde casi siempre lo echaban a patadas.
La verdad es que el hombre creía en la magia, en la verdadera
magia. Y en cada actuación, en cada golpe de su varita azul esta-
ba la fervorosa esperanza de un milagro. Él no se contentaba con
las técnicas del engaño. Quería que su paloma apareciera redon-
damente.
Durante largo tiempo lo acompañaron la desilusión y los silbi-
dos. Otro cualquiera hubiera abandonado la lucha. Pero Rizzuto
confiaba.
Una noche se presentó en el club Fénix. Otros magos lo habían
precedido. Cuando le llegó el turno, dio su clásico golpe con la
varita azul. Y desde el fondo de la galera salió una paloma, una pa-
loma blanca que voló hacia una ventana y se perdió en la noche.
Apenas si lo aplaudieron.
Las muchedumbres prefieren un arte hecho de trampas apara-
tosas a los milagros puros.
Rizzuto no volvió a los escenarios. Tal vez siga haciendo apare-
cer palomas en forma particular.


Alejandro Dolina.

1 de febrero de 2012

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